A medida que continúa la pandemia mundial del coronavirus, el mundo está buscando nuevas medidas que minimicen el riesgo de infección al mismo tiempo que permitan que las instituciones esenciales como los hospitales, el gobierno y las escuelas sigan funcionando. En cualquier plan de salud pública para espacios públicos, dos cuestiones que deben abordarse son las medidas contra los virus en el aire y los virus en superficies que están en contacto con muchas personas. Las medidas tradicionales de desinfección han implicado el uso de limpiadores a base de cloro o alcohol que se rocían o se aplican a mano. Sin embargo, este enfoque no solo requiere de un arduo trabajo y tiene una eficacia limitada, sino que también expone al personal de limpieza a un mayor riesgo de infección. Se necesitan soluciones a medida que nos enfrentamos a esta «nueva normalidad» y varios innovadores han dado un paso al frente con ideas nuevas.
El primer paso en cualquier tipo de investigación es la creación de modelos, y los ordenadores han sido una herramienta invaluable en este proceso. Sin embargo, el simular con precisión el movimiento de miles de gotas en el aire ha superado la capacidad de la mayoría de los ordenadores disponibles. Para responder a la necesidad de una mayor potencia computacional, el Instituto de Investigación Física y Química de Japón (Japan’s Institute of Physical and Chemical Research), o RIKEN, en colaboración con Fujitsu, ha desarrollado el superordenador Fugaku, actualmente el más poderoso del mundo. Por suerte, entró en funcionamiento en 2020, justo a tiempo para ser utilizado en la lucha contra la creciente crisis del COVID-19.
Existe una expresión común en inglés que dice que «la luz del sol es el mejor desinfectante», pero esto ha resultado ser mucho más que una figura retórica. La luz ultravioleta, la misma longitud de onda de la luz solar que causa el bronceado o las quemaduras de sol, se ha utilizado durante mucho tiempo para esterilizar equipos médicos y otras herramientas sin la necesidad de tratamientos químicos que pueden ser potencialmente dañinos o producir patógenos resistentes a los químicos. Funciona porque la alta energía de la luz ultravioleta puede romper los enlaces químicos de las moléculas dentro de los microorganismos, impidiendo que funcionen o se reproduzcan. Sin embargo, estos altos niveles de energía también pueden dañar las células de nuestro cuerpo, por lo que los sistemas de desinfección UV tradicionales deben emplear recipientes cerrados para proteger nuestra piel y ojos, lo que los hace poco prácticos para áreas grandes e imposibles de emplear en habitaciones ocupadas.
El ozono se había probado como desinfectante en el pasado y se había demostrado que era eficaz contra los virus como el que causa el COVID-19. Desafortunadamente, el ozono puede ser dañino si se inhala en una concentración lo suficientemente alta, y las pruebas anteriores solo se habían realizado a niveles que serían peligrosos para las personas. Estas pruebas habían demostrado que el ozono era eficaz para desinfectar rápidamente espacios cerrados, pero resultaba poco práctico para desinfectar espacios utilizados por muchas personas a lo largo del día o que no podían cerrarse fácilmente.
Ahora que se ha desarrollado la vacuna, las esperanzas de que nos encontremos cerca del fin de la pandemia aumentan. Pero aún queda camino por recorrer y millones de personas vulnerables que necesitan protección. Incluso después de que haya pasado el COVID-19, innovaciones como estas ayudarán a mantener nuestros lugares de trabajo y espacios públicos más protegidos de patógenos nuevos y existentes, de modo que la próxima posible pandemia sea más fácil de controlar y prevenir.