Dicen que los pazos son los herederos civiles de los castillos. Que cuando la vida comenzó a hacerse un poco más amable, allá por los primeros siglos de la Edad Moderna, los castillos dieron lugar a grandes residencias señoriales: los pazos.
Si esto es así, Torres do Allo es el heredero del «Castelo do Allo», una fortaleza de la que no se sabe demasiado… salvo su final: fue asaltado por los irmandiños, los campesinos que se alzaron contra la opresión y los abusos de la brutal nobleza gallega de finales del siglo XV. Ya no volvió a recuperarse: pocos años después, el antiguo castillo fue demolido por orden de los Reyes Católicos.
Pero la destrucción del castillo no supuso la desaparición de la familia propietaria, los Riobóo, que siguieron ejerciendo su influencia en la comarca. Ya lo decía Tomasso di Lampedussa en El Gatopardo: «Todo ha de cambiar para que todo siga igual». Y así fue, exactamente, en este caso: la casa noble dejó la colina y se instaló en la planicie, en la «Casa do Allo» que hoy conocemos y que ulteriores generaciones ampliaron hasta convertirla en el conjunto arquitectónico actual. Todo sigue igual…
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