La expansión del coronavirus por el cuerpo pone en alerta al sistema inmunitario, que responde a través de múltiples y complejos mecanismos para detener su proliferación y atacar a las células infectadas. Es el comienzo de la fase clínica de la enfermedad, donde los síntomas y signos que padece una persona están provocados no solo por la acción del coronavirus, sino también por los sistemas de defensa del cuerpo humano contra este, a través de mecanismos como la inflamación. Los síntomas suelen comenzar en las vías respiratorias superiores y van bajando progresivamente, pasando por los bronquios hasta que, en algunas personas, llega hasta los pulmones.
La enfermedad que provoca el COVID-19 puede presentarse clínicamente con unos signos y síntomas muy variados según las características de las personas. Sin embargo, la tos seca (68% de los pacientes afectados), la fiebre (88%) y la dificultad respiratoria (19%) son tres signos clave para sospechar de esta nueva enfermedad. Otros síntomas muy frecuentes, según ha registrado la Organización Mundial de la Salud (OMS), son fatiga general (38%), expectoración (33%), dolor de garganta (14%), dolor de cabeza (14%), dolor muscular o articular (15%), escalofríos (11%), náuseas o vómitos (5%), congestión nasal (5%), diarrea (4%) o expectoración de sangre. Además, múltiples profesionales sanitarios también han observado que algunos afectados pierden el sentido del olfato y del gusto durante varios días. Durante la fase clínica es cuando se produce la liberación máxima de virus por las mucosas respiratorias, aunque esto también puede darse, en menor medida, en una etapa asintomática o en el proceso de recuperación.
En realidad, síntomas como la fiebre o el dolor de cabeza no están provocados por el virus, sino por la respuesta inmunitaria del cuerpo humano para luchar contra éste. Algo similar ocurre con la muerte, no es solo el coronavirus el que provoca el fallecimiento (a los parásitos no les suele interesar matar a sus hospedadores), sino que, en algunos casos, está también causado por una respuesta inmunitaria descontrolada (llamada «tormenta de citoquinas») que puede provocar fallo multiorgánico. Aunque aún no se sabe cómo, el coronavirus puede desencadenar una inflamación desproporcionada que causa más daño que beneficio en el paciente.
Cuando el virus consigue desplazarse a los pulmones y el sistema inmunitario responde se produce la neumonía viral, la principal pesadilla de los profesionales sanitarios en esta pandemia. Esta neumonía puede provocar desde una dificultad respiratoria ligera hasta una verdadera asfixia por la imposibilidad de los pulmones para llevar el oxígeno a la sangre. El virus interfiere en este proceso al dañar a las células de los pulmones y causar una gran inflamación que encharca estos órganos, interfiriendo con su función de intercambio de gases.
Afortunadamente, en el 80% de los casos por COVID-19 la enfermedad es leve, hasta el punto de confundirse con gripes o resfriados. Sin embargo, un 15% de los pacientes muestra síntomas graves que requieren hospitalización y un 5% desarrolla síntomas muy graves que deben tratarse en unidades de cuidados intensivos.