Michael Collins nació el 31 de octubre de 1930 en Roma (Italia), donde estaba destinado su padre, oficial del Ejército. Último de cuatro hijos, se graduó en West Point en 1952 y se alistó en la Fuerza Aérea para eludir cualquier sospecha de nepotismo. Fue piloto de caza y, entre 1959 y 1963, de pruebas en la Base Edwards de la Fuerza Aérea, en California. Collins se retiró de la NASA en 1970. Fue subsecretario de Estado para Asuntos Públicos, director del Museo Nacional del Aire y del Espacio de Washington y empresario, pero siempre astronauta. «Michael siguió siendo un incansable promotor del espacio. ‘La exploración no es una elección, en realidad, es un imperativo’, decía», recordaba ayer Steve Jurczyk, administrador interino de la agencia. «Querido Mike. Donde quiera que hayas estado o estés, siempre tendrás el fuego para llevarnos hábilmente a nuevas alturas y al futuro. Te extrañaremos. Descansa en paz. #Apolo11», escribió ayer en Twitter Buzz Aldrin, el único superviviente de aquella histórica misión.
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